Plantas medicinales

lunes, 17 de agosto de 2009

La herencia indígena de los mexicanos

El aprovechamiento de las plantas por parte del hombre data de milenios, debido a las características alimenticias y curativas que poseen gran variedad de ellas; también resultan de vital importancia para los animales, cuyo instinto las reconoce como favorables para su salud o para sobrevivir. La lucha del ser humano contra las enfermedades ha sido una batalla sin cuartel durante siglos. 2500 años a. C., los chinos contaban con un libro de Liche-ten llamado Peng T´sao, en el que se citan once mil vegetales y su uso médico. También los egipcios utilizaban plantas para todo tipo de enfermedades, desde males estomacales hasta cerebrales. Curaban infecciones, anestesiaban y momificaban utilizando tan sólo plantas y resinas.
Chinos, persas, árabes, romanos, griegos… todos hacían uso de las plantas, y en Mesoamérica, en una civilización de avances tan generalizados como la de los aztecas, cuyos progresos en matemáticas y astronomía se aplicaron también en ciclos agrícolas, era de esperar que la ciencia alcanzara un elevado nivel.
La práctica de la medicina y la cirugía fueron consideradas de gran importancia por los emperadores y la clase dominante. Moctezuma, el emperador azteca que recibió a los primeros españoles llegados a México, tenía un numeroso grupo de coleccionistas y recolectores de plantas que recorrían el imperio en busca de nuevas especies: flores, semillas, frutas o raíces que pudieran tener algún valor medicinal para llevárselos luego a los jardines botánicos imperiales. Estos, además de servir de esparcimiento para los paseantes, eran un almacén para proveer a los médicos de materias primas con las que elaboraban sus fórmulas medicinales.
Los aztecas distinguían perfectamente las diversas diarreas y la disentería; la indigestión y la dispepsia; afecciones de la piel, como la tiña, el “mal del pinto” (vitíligo) o la sarna. Durante las epidemias aislaban a los enfermos y entre sus terapias más comunes prescribían los baños termales o de vapor (temazcalli), las sangrías, masajes, drogas, lavativas y purgantes.
Los herbolarios, llamados curanderos o adivinos por los indígenas, tenían infinidad de medicamentos, tanto para las indisposiciones ordinarias como para las más graves. Las dosis, cuidadosamente medidas, variaban según las edades; consideraban a las enfermedades en dos formas: las buenas, que prevenían de un castigo divino y las malas, causadas por la voluntad humana.
No tenían una distinción estricta entre la naturaleza médica y la magia, puesto que el galeno obraba en parte como mago y en parte como sacerdote; además era un profundo conocedor de los vegetales, minerales y animales capaces de producir alivio. Si bien es cierto que los límites entre la magia, la religión y el empirismo no eran tan claros en los procedimientos terapéuticos, había una tremenda especialización en el ejercicio de la medicina. Los médicos se dividían en: el “tepetiani”, que era quien conocía mejor las propiedades de las plantas; el “teixpatiani” u oculista; el cirujano era llamado “texoxotlania”; el encargado de arreglar las fracturas y luxaciones “teomiquetzani”; quien interpretaba los sueños ingiriendo alucinógenos era llamado “peyanani”; la comadrona o partera era la “temixihitani”.
Los conocimientos de medicina herbolaria de los aztecas fueron transmitidos a España y a todo el mundo por los estudios e investigaciones de los primeros frailes que fueron a México durante la conquista, aprendiendo allí algunas costumbres e interpretando los manuscritos de medicina herbolaria.
En su afán de imponer la religión católica a los indígenas, los españoles llevaron a vabo una quema de códices. En Texcoco, por Juan de Zumárraga y en Yucatán por fray Diego de Landa, en 1562. En estos códices se almacenaban los conocimientos de medicina herbolaria que se utilizaban. Afortunadamente, gran cantidad de remedios y métodos curativos sobrevivieron gracias, entre otros, a fray Bernardino de Sahagún, uno de los principales impulsores y promotores en preservar estos conocimientos. En el colegio de Tlatelolco reunió, en aquella época, a estudiantes indígenas para escribir sobre diversos aspectos de su vida y testimoniar, especialmente de la herboristería, sus medicamentos y su forma de aplicación.
Sahagún, por mandato de sus superiores escribe en 1558 su obra titulada Historia General de las Cosas de la Nueva España, en la que refiriéndose a las costumbres indígenas, se encuentra esta cita: “…El médico suele curar y remediar las enfermedades; es buen conocedor de yerbas, piedras, árboles y raíces; experimentando en las curas, también tiene por oficio saber concertar los huesos, purgar, sajar al enfermo, dar puntos y librarlos de las puertas de la muerte…”.
En 1570 llegó a México Francisco Hernández, médico de Felipe II, quien fue enviado a estudiar detenidamente la herboristería indígena del Nuevo Mundo. Durante siete años recopiló en su libro Historia de las Plantas de la Nueva España, más de 700 plantas y remedios indígenas. Posteriormente, el indio Martín de la Cruz escribió de su puño y letra el “Libellus de Medicinalibus Indorum Herbis” (Libro de hierbas medicinales de los indios) que fue traducido al latín después de la conquista por el médico xochimilca Juan Badiano y cuyo trabajo se conoce como “Código Badiano”. Este libro fue descubierto en 1929 en el Vaticano, considerándose dicho hallazgo como todo un compendio de medicina indígena.
Después de la conquista se produjo gradualmente un nuevo concepto de medicina, una mezcla en la que los españoles asimilaron una buena parte del conocimiento médico de los antiguos aztecas y también muchos indígenas adoptaron las costumbres y prácticas españolas. Al mismo tiempo se inició una intensa exportación de plantas y remedios mexicanos hacia España, adaptándose aquí buena parte de las nuevas terapias médicas.


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